Un policía que arrastra sobre sí la sospecha fundada de haberse tomado la justicia por su mano años atrás, al acabar con el asesino de una niña.
Una mujer de la alta sociedad que decide romper con el mundo de apariencias en el que no se siente cómoda, y que espera ubicarse después de que su hija haya sido asesinada por una persona cercana a la familia.
Historias de sexo entre la dueña de una casa de huéspedes frente a la Galicia que mira a un Atlántico que devora a sus hombres cuando van a pescar, y el nieto de un emigrante argentino.
El hijo, la nuera y el nieto, muertos en el incendio de su casa, de ese mismo emigrante argentino que mira con recelo cómo su nieto superviviente también se ve enredado por otra mujer madura: la madre de la niña que buscó cobijo en esa misma aldea gallega bajo una identidad falsa.
El inesperado reencuentro en el hospital entre el policía y la mujer que huye de su pasado. El recuerdo de la hija asesinada por el hombre al que el policía Germán Ibarra dio muerte.
La compleja personalidad de ese policía, con episodios de abuso sexual de niño en sus visitas a un psiquiátrico en el que su padre, víctima de la represión del régimen franquista, va perdiendo su identidad y su consciencia.
Y entre todos, una galería de personajes que arrastran vidas rotas y que van llenando una historia que resulta difícil clasificar en un género.
Siendo la primera novela que leo de este autor, quizá no sea la mejor obra de Víctor del Árbol, ya que sus lectores siempre destacan “La tristeza del Samurái” y “Un millón de gotas”. Pese a ello, resulta innegable, precisamente por la difícil clasificación en un género, que estamos ante un escritor que imprime un estilo propio en sus novelas. Habrá que seguir leyéndolo.
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