Resumen

El Santo, Luca, Bobby y el narrador son cuatro adolescentes que viven en un espacio y un tiempo indeterminados pero que remiten vagamente a una ciudad del norte de Italia en los años setenta. Pertenecen a la clase media y, sobre todo, son profundamente católicos. La aparición de Andre, una chica que procede de un mundon muy distinto (de clase alta y costumbres liberales), va a actuar como catalizador de una crisis que supondrá el derrumbe de todas sus certezas. Hasta entonces, han sido jóvenes llenos de grandes palabras (amor, deseo, dolor, muerte...) cuyo auténtico significado, en el fondo, desconocen. Ingenuamente, creen ser incapaces de vivir la tragedia, familiarizados como están con el drama doméstico menor. Igual que en la historia de Emaús relatada en el Evangelio de Lucas, en la que se cuenta cómo Cristo, ya resucitado, se apareció a dos de sus discípulos y que no supieron reconocerlo hasta que fue demasiado tarde, los cuatro jóvenes protagonistas se enfrentan a la realidad sin saber ver ni reconocer todos sus matices y contradicciones, aferrados a una fe monolítica y, hasta cierto punto, heroica. Como en Seda o Sin sangre, Baricco vuelve a demostrar su maestría con una novela corta que es, al mismo tiempo, apólogo moral y novela de formación, escrita con ese inconfundible estilo que sugiere y muestra, con palabras y silencios, luces y sombras (como en el célebre cuadro de Caravaggio que representa el mencionado episodio evangélico), la tensión imposible entre la vida y las convicciones juveniles.

3 Críticas de los lectores

Leí “Seda” hace ya muchos años. Me pareció un libro poco más que bien escrito. Pero le faltaba algo. Algo fundamental. Los aficionados al flamenco lo llaman, al referirse a ese arte, “pellizco”. Hacen alusión con tal palabra a la emoción estética que despierta el cantaor en el oyente con su interpretación. Don Antonio Machado afirmaba que lo esencial de la poesía era que tuviese “alma”, llamando “cantores huecos” a los que cultivaban el arte de Polimnia o Erato con corrección técnica pero que eran impotentes para despertar en el lector esa sensibilidad inefable que, conectándolo con una dimensión otra, lo deja sin palabras precisamente a través de las palabras. Eso le faltaba, o así me pareció, al relato “Seda”, por otra parte perfectamente impecable. Es decir, que pasé por él sin pena ni gloria. Bastante tiempo después, vino a mis manos otra novela de este autor: “Océano mar”. Las primeras páginas del relato me dejaron un poco desconcertado, como suele ocurrirles a la mayoría de sus lectores según he podido contrastar más tarde. Pero, al mismo tiempo, había algo en ese libro, algo mágico, que me impedía dejarlo. Casi sin darme cuenta, fui sumergiéndome en él y adentrándome en un universo inténsamente poético en el que los ingredientes fantásticos y humorísticos se combinan magistralmente en una trama tan alejada de lo convencional como de lo abstruso. Perfectamente creíbles niños que vuelan, un pintor que pinta el mar con agua de mar (de forma que todos los lienzos resultan siempre blancos, a pesar de lo que el artista decide que unos son mejores que otros), un científico empeñado en determinar el lugar exacto en el que acaba el mar y comienza la tierra (o viceversa)… y otros personajes, en un hotel aislado en una playa en medio de ninguna parte, buscan la solución a sus respectivos problemas vitales conformando una historia teñida de surrealismo que yo no dudaría en considerar como una de las mejores, si no la mejor, novelas que he leído. Tanto que, nada más acabarla, busqué inmediatamente el resto de la obra del autor publicada en español hasta ese momento: “Tierras de Cristal”, “Esta historia”, “City”, “Sin sangre”, “Novecento”… Incluso el pequeño ensayo “Next”. En ninguna vuelve a utilizar de la forma que lo hizo en “Oceano mar” el ingrediente de lo fantástico y onírico, pero sí el de lo sorprendente o improbable, como elementos generadores de función poética. Y, aunque ninguna de ellas desdice del indudable oficio del escritor italiano, las dos mejores de estas últimas son, sin duda, “Novecento” y “Sin sangre”. La segunda, escrita en dos partes con registros completamente distintos, el primero de los cuales nos recuerda inmediatamente a Truman Capote para dar paso el segundo al heterodoxo y brillante estilo de Baricco. La primera, que dio base, como “Seda”, a una magnífica película, impregnada de un intenso lirismo. Ambas, y el conjunto de su obra, llevan al autor de Turín camino de convertirse en un clásico. Por todo lo dicho más arriba, al toparme hace pocos días con “Emaús”, después de mucho tiempo sin tener noticias de nuevas publicaciones de Baricco, corrí a adquirir el librito y lo devoré en varias horas. Y aunque su maestría seguía presente ya desde el breve introito hasta el punto de emocionarme, no tardé en darme cuenta de que en el autor se habían producido cambios sustanciales. Por una parte, la narración carece de la magia que caracteriza a las otras. Se trata, poco más o menos, de una historia de corte social rebosante de moralina; cierto que de una moralina un tanto subversiva, pero moralina al fin. Cuatro amigos adolescentes, con lejanísimas resonancias de los Tres Mosqueteros, se dedican a la consecución de obras pías y al escrupuloso cumplimiento de las normas que la educación católica en la que han sido criados les ha transmitido. Para ayudar a establecer el Reino de Dios. Por cierto, Baricco da una curiosa versión del católico y su moral, de los que yo no tenía noticia: “Le costaba trabajo explicarse, y a mí entenderle, porque nosotros somos católicos y no estamos acostumbrados a diferenciar entre el valor estético y el valor moral. Es lo mismo que con el sexo. Nos han enseñado que se hace el amor para comunicarse y para compartir la alegría”, dice el narrador. Yo creía que para los católicos el único objetivo legítimo de las relaciones sexuales es la procreación y siempre dentro del matrimonio. Pero bueno. Desde un principio, los chicos marcan, a través de la voz del narrador (uno de los cuatro) una tajante diferencia entre lo que podríamos llamar su “Hermandad” (y su entorno) y “ellos”. “Ellos” son los hijos de los ricos, los pervertidos, de dudosa moralidad y de quienes procuran mantenerse apartados y a los que, en algún momento, tratan de redimir. A lo largo de sucesivas escenas, se va descubriendo que cada uno de los cuatro viven en medio de familias desestructuradas que les han transmitido unos valores que resultan vacíos de contenido y en contradicción con la realidad y con la misma doctrina que los sustenta. Esto sirve a Baricco para hacer una crítica feroz de una educación hipócrita que sospecho (y es sólo una sospecha) debe de tener bastante de autobiográfico, directa o indirectamente. Andre, una chica perteneciente a la clase de los “ellos”, muy atractiva, extraña, promiscua, marcada (como la Milady de Dumas) por un estigma (en este caso el de intento de suicidio) y corruptora, voluntaria o involuntariamente, de quienes les rodean, va alejando a los cuatro jóvenes de sus pretendidas convicciones y precipitándolos en finales más o menos trágicos: la drogadicción, el suicidio, la cárcel… Sólo el narrador, en un final abierto, parece salvarse siendo consecuente consigo mismo a través de una sublimación de aquello que, personificado en Andre, había rechazado siempre. Libro interesante, de iniciación, crítica cruda e implacable hacia un sistema puritano y farisaico, merece ser leído. Queda, sin embargo, muy lejos de ese Baricco que me fascinó con su irrepetible novela-poema “Océano mar”.

hace 3 días

En este libro, que por alguna razón estuvo varios anos en mi biblioteca antes de que eligiera el momento adecuado para ser leído, he encontrado claves importantes para aclarar mis propias confusiones juveniles, que todavía perduran tantos anos después. No explicaciones, solo claves. en si es un libro breve y hermoso que no nos dejara indiferentes que que nos hace reflexionar en cada una de sus paginas. Baricco, que ha sido un autor que solo he leído con cierta timidez, sera un autor que leeré con mas frecuencia y determinación.

hace 11 años

Historia moral, simbólica, descrita con un ritmo complicado. Parte de la premisa católica de que todo bien es corrompible. El descubrimiento de todos los miedos y misterios que se encuentran en la adolescencia y el temor a no estar a la altura de las reglas establecidas por esa moral cristiana, si esos miedos son quebrantados.

hace 13 años