Cuando en 2016 Fernando Aramburu publicó Patria, consiguió llenar el vacío de la necesidad de una obra de ficción que plasmara los años del terrorismo de ETA tanto desde el punto de vista de las víctimas como de los asesinos. A través de una estructura formal consistente en la sucesión de capítulos breves en los que se narraba las vidas de dos familias a lo largo de las décadas y la división que el mal llamado “conflicto vasco” marcó en ellas, el autor cedía el protagonismo a esos personajes hasta el punto de que las interpretaciones más simples de la novela lo llegaron calificar de equidistante. Dejando aparte esa cuestiones, ya objeto de reseña en otra entrada de este blog , “Patria” aunaba también cualidades como mantener al lector en vilo por la sucesión de vivencias en sus personajes y porque sus más de seiscientas páginas supieran a poco al acabarlas. Logro difícil, ya que la manera con la que iba dando saltos temporales en la trama en lugar de seguir una línea continua, suponía el riesgo de caer (algo que finalmente no ocurrió) en la confusión por parte de los lectores menos avezados (los cientos de miles de ejemplares vendidos sólo en España gracias al boca a oreja así lo atestiguan). Dedicar tantas líneas a reseñar la novela que precedió a “Los Vencejos” resulta pertinente para ofrecer un juicio objetivo sobre esta última. Con la misma estructura formal, capítulos cortos en los que la vida del protagonista avanza a modo de diario durante el año anterior a la fecha en que prevé suicidarse, en cada uno de esos días de su vida a modo de pasajes vuelve Aramburu al recurso de los saltos temporales. Asimismo, de igual manera que en “Patria” lograba transmitir el ambiente rural vasco hasta el punto de hacer sentir al lector la lluvia fina en medio de una calle empedrada llena de casas con suelos de pizarra, en “Los Vencejos”, Aramburu logra desprender de sus páginas el tedio que siente el protagonista al acabar de cincuentena sin gana de vivir y lleno de frustraciones. Los paralelismos en la estructura y en el estilo son pues, evidentes. Como también el estilo del autor, que en esta novela se enfrentaba al reto de dar a los lectores una obra a la altura de todo lo que “Patria” les ofreció. Pese a la valía de sus logros, “Los Vencejos” requiere de un esfuerzo y una buena predisposición por parte del lector a la hora de acabarla. También con más de seiscientas páginas, el resultado hubiera sido más que encomiable si hubiera prescindido de un tercio de ellas, y la cantidad restante habría sido suficiente para entramar una sucesión de pequeñas historias que mantuvieran la atención del lector pero prescindiendo de otras muchas que, alargando innecesariamente el esquema planteamiento/nudo/desenlace, hace que al adentrarnos en una historia carente de un mínimo de ritmo, el protagonista nos transmita una parte de ese tedio suyo al discurrir por las páginas pese a la innegable calidad en el estilo y a la altura de muchos de sus capítulos. Aramburu pasará con mayúsculas a la historia de la literatura, pero como el autor de “Patria”. www.antoniocanogomez.wordpress.com
hace 2 años