Lo primero que se me viene a la cabeza es tachar esta obra de humana, de profundamente humana. Rompe con todos los estereotipo que, desde occidente, tenemos de un país sumido en un torbellino cultural, religioso, de las dificultades que encuentra en el asentamiento de valores que se nos antojan lejanos y extraños, casi siempre manifiestamente de modo violento. Por sus páginas deambulan personajes desprovistos de fanatismos religiosos, derrochadores de amores filiales, paternales, fraternales, aunque con un profundo arraig de sentimientos propios de la cultura, del concepto afgano de la vida. Deambulan mujeres de rostros destapados, de niñas decepcionadas ante esa prisión íntimamente terrorífica que es un burka, no sólo por la vestimenta, ya de por si incomoda y humillante, sino por lo que conceptualmente conlleva el vestirla.
Es una obra muy en la línea de las dos anteriores del mismo autor. Su lectura me ha supuesto como el tomar un café o un té con el narrador mientras me contaba unas hermosas historia. Genial el comienzo, ya de por si merecedor de un libro independiente.
hace 10 años
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