Mi ascensión al Everest (8.850) ha sido la experiencia más emocionante de mi vida. Cumplí un sueño infantil en un año en que el clima de la montaña fue muy adverso y pocos conseguimos su cima. El mismo año alcancé una cumbre menor pero muy inaccesible: el monte Vinson, en la Antártida. Es un viaje repleto de anécdotas que me abrió a un continente inhóspito y espectacular. Os confirmo que el Kilimanjaro (5.896) posee toda la magia de África. Nos os perdáis esa montaña porque, si vais bien preparados y os aclimatáis adecuadamente, podéis con ella. El Rally de los Faraones ha sido la prueba más dura de afrontar debido a las lesiones que arrastraba. Pero hacer huella a 70 km/h en el desierto blanco de Egipto bien vale un sufrimiento extremo. Adentrarme en el río helado del Zanskar, en el desconocido valle del Ladakh, India, es una aventura a la vieja usanza, en la que te levantas a treinta grados bajo cero al raso y no tienes ni remota idea del día que te espera. La expedición al Polo Norte es otro viaje radical al confín del mundo, duro pero divertido a rabiar. En el Aconcagua (6.959), una montaña a la que he tenido que acudir dos veces para hacer cima, he culminado mi proyecto alpinístico de escalar las siete cumbres más altas de los continentes.