Más de una vez he tenido la sensación, al leer esta novela, de estar viendo los arquetípicos personajes del cine norteamericano de los 40, en aquel delicioso blanco y negro, con sus claroscuros, sus ventanas cruzadas de cortinas en "V" invertida y las ramas de los árboles bailoteando detrás, a contraluz (un efecto que siempre me ha causado una notable e indescriptible sensación de confort, de calidez), de las lluvias nocturnas en las aceras desiertas con uno o dos personajes sospechosos recortados bajo la luz incierta de los faroles, y los sombreros ladeados, los cuellos de los impermeables levantados, los cigarrillos, brillando en la oscuridad como estrellas efímeras, y sobre todo ese lenguaje irónico, brutal, directo e ingenioso que Hammett, por haber vivido en aquella época poblada de gangsters, ha conocido tan bien, indudablemente. El mérito mayor -entre otros no mucho menos importantes- de "Cosecha roja" es la agilidad y la verosimilitud de los acontecimientos y los diálogos, siempre rápidos y cortantes. Otro acierto es la brevedad de los capítulos que conforman la novela. Son decididamente cortos e intensos a la vez. Esto agiliza la lectura y hace que la historia fluya sin asperezas ni complicaciones. La trama es sencilla en si misma, aunque lógicamente sufre ciertos enredos que sostienen y justifican su existencia. Un detective es contratado por un personaje importante de un pueblo minero, donde "los altos hornos, y sus chimeneas de ladrillo orientadas hacia una tétrica montaña daban a la ciudad un aspecto de suciedad uniforme, amarillenta y ahumada". Los crímenes eran en Personville -llamada Poisonville (Ciudad venenosa) por quiénes la habían conocido- algo corriente, casi normal y aceptado por sus habitantes; la corrupción y aquiescencia de la policía ante ciertos delitos, el contrabando de alcohol y los garitos clandestinos, repletos ellos de rufianes armados, los tiroteos y robos, formaban parte ya de su identidad malsana. El hombre quién contrata a el detective, es asesinado antes de que pudiera entrevistarse con éste siquiera; y este es solo el comienzo de una historia llena de complicaciones y mentiras, de falsas pistas y confabulaciones. No falta en esta admirable novela, la Femme fatale, las lluvias de plomo, la sangre y la muerte. Es un libro escrito en "blanco y negro"; sus personajes están sabiamente delineados y nos sugiere un poco la relatividad de la real existencia de la maldad y la bondad como cualidades genuinas, inherentes, en teoría, en los seres humanos. Algunos saben de mi fanatismo por el color; el Parnasianismo festeja esa exaltación. Todo en él es voluptuosidad, música, exotismo; resalta la estética por el brillo y la fuerza sublime de color vivo, latente, carnal. Bien, el Blanco y negro se toma en cine como una ausencia del color (se suele decir de un film, ¿es en color o en B&N?), aunque estos mismos sean colores. Debo confesar que tanto mi fanatismo por los rojos furiosos, sanguinolentos, por los azules nocturnos, lunares, marinos, de acuario, por los juegos y combinaciones posibles entre ellos, y con los otros, los amarillos, y los verdes, brillantes y apagados (las hojas de los árboles bajo la influencia de la luz mortecina de un día nublado y que por una extraño contrasentido toma un matiz mucho más vivo y sutil que bajo la luz poderosa del sol de verano) me agradan estos dos colores que serían tres en realidad, ya que el gris, ese color menospreciado, hace su amable y eficaz presencia en aquellos films mágicos donde los detectives estaban envueltos no solo en enredos argumentales y en sus trajes de cuello levantado y sus cigarros colgando de sus labios en uno de sus extremos, hacia abajo, sino que además, vivían en un mundo fabuloso donde sólo tres colores componen todas las cosas. La luz de las lámparas, los trajes, los coches, los ojos, el sol y la luna, las calles, la nieve, las lluvias dibujando eses continuas en los cristales de las ventanas, los carteles, las pistolas, las balas y hasta la sangre es gris, o negra. Todo es blanco y gris y negro. Ese es un mundo mágico donde más de una vez me hubiera gustado vivir. Hasta pensé en crear unos lentes (luego de buscar y buscar y comprobar su inexistencia), unas gafas donde la visión que éstas nos pudieran proporcionar sean un puro, dulce, romántico, ideal y perfecto blanco y negro...
hace 9 años