He terminado, Siempre hemos vivido en el castillo. Shirley Jackson teje una asombrosa obra de estilo gótico, con unos ligeros toques de suspense, nos adentramos en sus páginas acompañando a Merricat, que a simple vista parece una chica asustadiza, frágil e indefensa e incluso un poco atrasada, siempre bajo la protección y amparo de su hermana Constance a quien no solo esta unida por lazos de sangre, sino también por oscuros secretos que poco a poco nos irá desvelando. «No me gustaba tener un tenedor apuntándome y no me gustaba el tono de voz que no se detenía nunca, deseé que pinchara un trozo de comida con el tenedor, que se lo metiera en la boca y que se atragantara», una de las incoherencias o uno de los suaves pensamientos de la joven Merricat. Contada en primera persona, comienza con una presentación cercana y directa de su principal protagonista y narradora Mary Katherine Blackwood, conocida familiarmente como Merricat, a pesar de contar con tan solo 18 años y definirse a si misma como una persona sucia, desconfiada y malhumorada, Merricat tiene una inteligencia y astucia fuera de lo común, tanta o mas que su propia crueldad o maldad a la hora de insinuarse y comportarse, sobre todo a la hora de presentarnos al resto de personajes y su entorno que está a las afueras de un pequeño pueblo, típico escenario rural americano, en el que vive a sus anchas, de modo despegado del resto de los mortales y rozando una vida casi salvaje, solitaria y desconfiada de todo y de todos cuantos la rodean, menos de su siempre compañero Jonas, su gato. El resto de la familia murieron envenenados años atrás, quedándose ella, junto a su adorada hermana mayor Constance y su tío Julián que desde el trágico incidente vive postrado en una silla de ruedas y obsesionado con dejar constancia de todo cuanto aconteció. Sorpréndete historia, de gran calidad literaria, y con matices espectaculares, que recomiendo encarecidamente.
hace 9 años