En los últimos años, ninguno de los casos judiciales contra la libertad de expresión ha suscitado tan poco apoyo social y político como el de Anónimo García: un extraño personaje que convirtió el engaño a los medios de comunicación en una forma de expresión artística junto a un grupo de compañeros heterodoxos y bohemios. Mientras los supuestos defensores de la creación libre protestaban por la condena al rapero Pablo Hasél, Anónimo también era condenado, despedido de su trabajo y difamado por la prensa amarilla sin que nadie se dignase a explicar la verdad y ofrecer un contexto. ¿El motivo? Anónimo se había atrevido a parodiar el tratamiento sensacionalista del que ha sido, sin lugar a dudas, el episodio mediático más sensible de las últimas décadas en España. En Nadie se va a reír, Juan Soto Ivars narra las descacharrantes aventuras de Anónimo y su grupo, sus incontables burlas y su particular filosofía, destinada a combatir la autocomplacencia. Ofrece con ello una disección implacable del circo sensacionalista y una inquietante reflexión sobre la epidemia de propaganda, moralismo y literalidad que impide que tanta gente interprete ciertos mensajes complejos y sutiles cuando resultan incómodos para los dogmas de su tribu.