Los perros de Riga, segunda entrega de la serie Wallander publicada en 1992, destaca por una trama intensa y atmosférica que saca al inspector de su conocida Ystad para sumergirlo en una Letonia opresiva, marcada por la corrupción, la vigilancia y las tensiones de la Europa postsoviética. Henning Mankell construye con notable habilidad un clima de intriga política que sostiene la narración con firmeza, ampliando el alcance de la saga hacia escenarios menos habituales dentro del policial nórdico. Sin embargo, el tramo final —centrado en las acciones de Wallander ya instalado en Riga— se vuelve por momentos excesivamente truculento y algo forzado, alejándose del tono sobrio, introspectivo y verosímil que caracteriza al personaje. Entre clandestinidad, traiciones y asesinatos, algunas de sus decisiones bordean lo inverosímil, lo que difumina parcialmente la solidez narrativa acumulada en los capítulos iniciales. A pesar de ello, Los perros de Riga permanece como una novela poderosa y vigente, que expande los límites del policial escandinavo al incorporar una crítica geopolítica lúcida y comprometida. Es una entrega que arriesga más que otras de la saga, y aunque no todos sus movimientos son igualmente convincentes, contribuye a cimentar el universo moral y político que define la obra de Mankell.
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