El autor tiene siempre la habilidad de presentar de forma amena y novelesca, muy entretenida, los hechos históricos, en este caso, los cuatro años de la embajada del W. Dodd en Berlín, desde el ascenso de Hitler en 1933 hasta la fecha de su cese en diciembre de 1937. La realidad es que el grueso del libro versa principalmente sobre los hechos del primer año, el más importante, pues es el año de consolidación de Hitler como dictador absoluto tras el autogolpe de la conocida como “Noche de los cuchillos largos” (30 de junio de 1934). No sé por qué, (he leído “El diablo en la ciudad blanca” y “El hundimiento del Lusitania”) pero en este caso el autor no consigue (o quizá es que la historia no se preste a eso) mostrar la importancia del papel que desempeñó Dodd en este tiempo, que por lo que leemos parece bastante tangencial. Más interesante y algo extraño que se llevara a sus dos hijos, Bill y Martha, prácticamente treintañeros, pero sobre ellos la historia de Larson pasa de puntillas, a pesar de que la hija, Martha, es especialmente interesante; sus dos vástagos volvieron del periodo de la embajada de su padre convertidos en declarados activistas de izquierda, comunistas. Sobre los actos de Bill, no hay apenas referencias en el libro; sí algo más sobre las idas y venidas de Martha. El autor menciona sus numerosas relaciones amorosas y su vida de fiestas en Berlín, y lo justifica, para mí insuficientemente, por razón de su temperamento. Lo cierto es que es muy poco probable que tantas relaciones amorosas, y tan variadas ideológicamente, desde líderes nazis hasta un agente del NKVD, fueran simplemente impulsivas. Su padre, con el que parece que tenía una estrecha relación, no menciona nada de estas andanzas, peligrosas, en su “diario”, aunque sin duda fueron actividades que debieron de poner en riesgo su labor diplomática y tuvieron que preocuparle mucho. De hecho, Martha tuvo que abandonar Estados Unidos cuando comenzó la persecución de los comunistas durante la Guerra Fría por acusaciones de espionaje. A partir de 1934, tras los asesinatos de los rivales políticos, el embajador, o quizá el escritor, “corta” las relaciones con el gobierno nazi y ya no sabemos mucho más sobre el resto de los años. Subraya Larson, quizá demasiado, el papel del embajador Dodd como exponente del choque entre la ideología de un intelectual de corte demócrata liberal con una visión ciertamente moderna frente a los delirios nazis y el rechazo moral e incluso físico que sus repugnantes actuaciones le provocan. Lástima el borrón del accidente de tráfico que me lleva a pensar en la gran dificultad del ser humano para permanecer y actuar desde los férreos principios que él mismo predica. Pero yo no creo que este lamentable suceso destruya totalmente la valoración positiva que merece el embajador norteamericano, un auténtico visionario, un adelantado en vaticinar el desastre al que conduciría un régimen criminal y homicida como e nacionalsocialista.
hace 1 mes