Hace veinte años, mi mejor amigo mató a su hermana. Con esta frase comienza “El dolor de los demás”. Como inicio de la sinopsis del libro tenía tanto la opción de reproducir esa frase como la de hacerlo con los calificativos que la obra me merece: magistral, obra maestra, llamada a ser un clásico…
Contar, a modo de novela, el proceso de investigación de unos hechos –criminales o no-, se admite como una variedad de la ficción desde que Truman Capote hizo lo propio con “A sangre fría”. En nuestra literatura contemporánea, Javier Cercas irrumpió en 2001 con “Soldados de Salamina” utilizando la misma técnica, fórmula que repitió en “El impostor”, que narraba su indagación sobre Enric Marco, falsa víctima del holocausto y, más recientemente, en la soberbia “El monarca de las sombras”, donde el catalán de origen extremeño cuenta cómo investigó la historia de un tío abuelo suyo muerto en el bando nacional.
La clave para que a una historia de ese género, aparte de conseguir enganchar al lector con el desarrollo de la trama, se le pueda atribuir calidad literaria, quizá se halle en la habilidad del autor a la hora de saber describir las sensaciones que experimentó durante ese proceso y la manera con la que aquel dio lugar a un cambio en las ideas preconcebidas que podía tener, sobre los hechos investigados, antes de comenzar la historia.
En la nochebuena de 1995, una joven es asesinada en los Los Ramos, en una casa a las afueras de la pedanía. El protagonista recuerda cómo se despierta la mañana de navidad en medio del espanto de los vecinos de su carril de la huerta anunciando que la muchacha ha sido asesinada y se han llevado a su hermano. Pocas horas después, la consternación se ve aumentada pero, sin embargo, enseguida da paso al silencio al irse deduciendo que ha sido el propio hermano quien le ha dado muerte y se ha fugado. Ese mismo día, encuentran su cuerpo después de que el asesino se suicide.
Miguel Ángel Hernández, hoy profesor de Historia del Arte en la Universidad de Murcia y entonces un joven de dieciocho años que no había conocido el mal y que corrió un velo en torno a los hechos para sobrellevar el malestar provocado por saber lo que había hecho su mejor amigo de la infancia, se propone escribir sobre los hechos dos décadas después.
Maestría a la hora de utilizar el ambiente húmedo y frío de la huerta la mañana de navidad para crear atmósfera de misterio narrando cómo fueron los dos días posteriores al crimen. Habilidad para contar de forma dosificada las entrevistas que mantuvo con quienes vivieron los hechos de cerca. Y ausencia total de pudores para describir los sentimientos que aquel joven experimentó y agudeza para conseguir que el lector se ponga en su piel sintiendo lo mismo que él.
Quien haya leído la novela no podrá volver a visitar el área de huerta que forman las pedanías de Los Ramos, Beniaján y Algezares sin sentir inquietud al recordar la historia que Hernández plasma en su libro.
La obra ya comienza a citarse por muchos lectores como digna candidata al Premio Nacional de Narrativa de 2018, el mismo galardón que fue concedido en 2016 a “Patria”, de Fernando Aramburu, y en 2017 a “Los pacientes del doctor García”, de Almudena Grandes.
A título personal, el mejor libro que he leído en el año 2018 y de los mejores a lo largo de mi vida.
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