El genio de Thomas Pynchon convierte esta novela en una pesadilla. Podría haber sido una obra maestra pero se queda en una tortura para un lector que, apreciando el talento inconmensurable del autor norteamericano, sufre como puede el aluvión de palabras que le cae encima. Aún asumiendo la propuesta de delirium tremens, la sucesión de personajes es tan interminable y los saltos de tiempo y lugar tan imprevisibles, que desde la página 300 uno está deseando terminar (y ojo que son 1.100).
hace 8 años