Desde el origen de la humanidad, la pregunta más trascendental y atormentadora ha sido el sentido de la vida: ¿por qué vivimos?, ¿qué significado tiene la existencia?, ¿hacia dónde nos dirigimos? Para responder a esta cuestión, han surgido diversas corrientes filosóficas que intentan dar una explicación. Por un lado, el nihilismo anárquico, que asume la ausencia de sentido y, paradójicamente, encuentra en ello un significado propio, generalmente dentro de una visión pesimista y decadente. En el polo opuesto, el movimiento más reconocible es la religión, que, aunque Camus no critica directamente, considera insuficiente para otorgar un verdadero sentido a la vida. Nietzsche, en cambio, la veía como una posición cobarde, un refugio que menosprecia la existencia terrenal en favor de una espiritualidad incierta. En este contexto, Camus no pretende responder a la pregunta del sentido de la vida, sino señalar que la respuesta es imposible. Es aquí donde introduce el concepto de absurdo: el choque entre la necesidad humana de encontrar significado y la indiferencia del universo. Pero lejos de caer en un nihilismo pesimista, Camus plantea una alternativa en El mito de Sísifo y El extranjero: una alegoría a la vida misma, una invitación a abrazar el presente y vivir sin ataduras. La libertad, según su visión, nace precisamente de aceptar el absurdo y la falta de propósito último. A diferencia de ciertas interpretaciones que lo presentan como un pensador pesimista, Camus es, en esencia, un idealista, un amante de la vida, un romántico que encuentra belleza en la lucha misma. No busca resignación ni consuelo, sino una rebelión consciente, en la que el ser humano se niega a rendirse ante el sinsentido y decide vivir plenamente, sin ilusiones, pero con intensidad.
hace 1 mes