En un tono de profunda intimidad, Aira deja volar sus ideas sobre la literatura, las artes plásticas, el insomnio, la perplejidad ante el paso de los años... reivindicando el papel del escritor como epítome de la subjetividad. Para ello, recupera una forma fundamental desde el Romanticismo: el fragmento. Animado por esa brevedad autoimpuesta, Aira devuelve el lenguaje al centro de la tarea del escritor.